La dureza con que la segunda ola de coronavirus ha golpeado a Suecia, que supera los 10.000 muertos, amenaza la capacidad de su sistema de salud, que afronta semanas decisivas, y cuestiona de nuevo su estrategia más laxa que la de otros países.
Las últimas cifras del viernes de la Agencia de Salud Pública (FHM) mostraban 523.486 casos (lo que equivale a uno de cada veinte suecos) y 10.323 muertos, con una tasa de mortalidad que ronda los 100 por cada 100.000 habitantes, ligeramente inferior a la de Brasil y tres veces la de Dinamarca y diez la de Noruega.
Y como admitió hace unos días la FHM en una comparecencia, la previsión es que la cifra de muertos continúe aumentando.
Aunque indicadores como el número de contagios detectados, el de pacientes hospitalizados y el de ingresos en UCI apuntan a una línea ligeramente descendente, la cifra sigue siendo alta. Como reconoció hace unos días el epidemiólogo jefe de la FHM, Anders Tegnell, las dos próximas semanas pueden ser “críticas”.
Casi todas las regiones suecas se encuentran bajo presión sanitaria y varios hospitales han activado un acuerdo de crisis que permite aumentar la jornada del personal, el último de ellos el Karolinska de Estocolmo, el segundo mayor del país.
“Las estadísticas de muertes son muy importantes, no las ignoro, pero es muy difícil compararlas, dependen del peso de la población mayor y débil, el servicio de atención a ancianos, la forma de vida y cómo se cuentan las muertes”, se defendía Tegnell el viernes en una entrevista con Dagens Nyheter, principal diario sueco.